Las alumnas, la mirada de una maestra que se niega a serlo
Nunca he querido ser una maestra. No porque no me guste enseñar —que es una de las acepciones de la palabra—, sino porque la idea de “maestra” remite, sin quererlo y desafortunadamente, a una práctica jerárquica y muchas veces petulante. Mis alumnes de licenciatura, maestría y doctorado, de diplomados, talleres o cualquier curso donde yo comparta un poco de lo que sé y de mi pensamiento, mis prestadores de servicio social —a quienes he considerado compañeras y compañeros de trabajo que dan todo codo a codo conmigo—, saben a qué me refiero. He intentado forjar relaciones enseñanza-aprendizaje mutua siempre privilegiando pensar juntas, tomar decisiones e investigar temas nuevos en colectivo, hacer equipa.
Cada vez que una “alumna” termina su tesis, curso o servicio social conmigo y que su vuelo toma otra dirección, siento nostalgia, pero me llena de inspiración, de esperanza y de satisfacción pensar que tal vez sembré algo allí. A les alumnes no solo se les comparte el conocimiento, también se cultiva el respeto recíproco en esa noble actividad de aprendizaje-enseñanza. Se les alienta a confiar en sus capacidades, a no tener miedo de arriesgarse a dudar, a conocer, equivocarse y a expresar su pensamiento cuando no es igual al del “maestro” o la “maestra”. Se les impulsa a argumentar, a disentir. Desafortunadamente, en mi formación de Licenciatura fueron excepcionales este tipo de prácticas de parte de mis maestras/os. A mí me hubiese gustado que me trataran con empatía, respeto, apoyo y consideración.
A veces reconozco en la mirada de mis “alumnas” esas ganas de saber; algunas ocasiones con ímpetu, otras con temor. Cuando logramos construir confianza mutua… empieza la fiesta, opinamos, platicamos, nos animamos: somos equipa.
Ellas son maravillosas y también me enseñan. Entonces ya no sé quién es la maestra y quién la alumna… Me enseñan a no dejar de cuestionarme. Sus preguntas difíciles me retan, me ayudan a afinar mi pensamiento, me comprometen a explicar mejor y de manera sencilla, me enseñan a ser empática. A veces una se involucra sentimentalmente con las alumnas: se les quiere, se les acompaña, se les ayuda a que pasen momentos difíciles, se les abraza. También, en ocasiones toca hablar más duro y hacerles notar que algo está mal, mas se les dice por qué y cómo una piensa que es hacerlo mejor. Las alumnas también ayudan a fortalecer la templanza: a ser firme pero comprensiva.
Las alumnas son un río de posibilidades, de futuros y de recuerdos, o como diría Elena Garro de Recuerdos del Porvenir. Las profesoras feministas tenemos en nuestras manos el formar con igualdad, esperanza y dignidad a nuestras alumnas, a interpelarlas a que reproduzcan la cadena de practicar otra manera de compartir el conocimiento y las experiencias: desde el cariño, el respeto y la confianza. Puede que algunas de nuestras alumnas nos olviden, que no valoren cuando una abandona la petulancia jerárquica que abunda en las prácticas de enseñanza o que decidan enterrar la enseñanza feminista y se dejen llevar por las prácticas patriarcales de la competencia, el egoísmo, el individualismo de un mundo injusto y desigual en el que vivimos; otras, nos recordarán, y ahí quedará la semilla que florecerá. Siempre vale la pena el esfuerzo: hay esperanza de que se repitan otras formas de relacionarnos con nuestras alumnas, pero no desde la jerarquía egoísta y explotadora, sino desde la horizontalidad respetuosa, el cariño, la experiencia de aprendizaje y la enseñanza mutua. Es en este gesto donde emerge una de las posibilidades de un mundo otro, ese mundo del que tanto hablan los textos académicos pero que hace falta construir a partir nuestra propias prácticas y maneras de relacionarnos.
Gracias por enseñarme, por su apoyo, por compartirme su conocimiento, por las risas y por el cariño. En gran medida, sin su trabajo yo no estaría aquí… Gracias a mis alumnas-maestras y a mis maestras-amigas.
Agradezco a mis alumnas y servicios sociales:
Karen Cabrera, Rosa Icela Baez, Iván Cruz, Karime Toledo, Mauricio Barreiro, Ricardo Escudero, Rosa Elvira Salgado, Tania Viveros, Ximena Guzmán, Brenda Velásquez, Diana Catalina, Arantza Pineda, Andrea González, Juan Manuel Godínez, Pedro Pablo Castro, Victoria Alavez y Batseba Fuentes.