Estar afuera y adentro. De nuevo sobre la reforma judicial
Estar afuera y adentro. De nuevo sobre la reforma judicial
Lucía Núñez
El 11 de septiembre se aprobó en el Senado la controversial reforma presentada por Andrés Manuel López Obrador (AMLO) al poder judicial. Horas más tarde, sin discusión alguna, en el Congreso de Oaxaca y, de forma sucesiva, al día siguiente, 18 estados de la república la aprobaron en sus congresos locales: consummatum est.
AMLO ha anunciado que publicará la reforma el próximo 15 de septiembre. En otras entregas he manifestado mi opinión sobre este tema.
Las cuestiones de política, gobernanza, democracia y, la realidad en sí misma, no son planas, sino que siempre presentan complejidades y paradojas. De ahí la relevancia de evitar los análisis dicotómicos y totalizantes, lo cual es una enseñanza del feminismo.
En diálogo con algunas colegas morenistas, compartimos un sentir que de alguna manera incomoda pero que asumimos como parte de las complejidades a las que me he referido: la vida política y la lucha social. He aprendido a festejar la incomodidad porque siempre impulsa la transformación y el movimiento. El pensamiento único y comodino nunca ha sido transformador, por tanto, el ejercicio de la crítica siempre ha sido necesario para mantener radicalmente vivo un movimiento.
Con certeza, la mayoría de los aspectos que plantea la reforma al poder judicial son necesarios; la crítica está más dirigida a la forma y los argumentos con los que se concretó. Lo más importante son los medios, no los fines.
Por ejemplo, en cuanto a la elección de las y los ministros, magistrados y jueces, pero, sobre todo, al procedimiento de postulación para las candidaturas correspondientes, presentado sin garantías fuertes de participación ciudadana y bajo el discurso de que con ello se acabará con la corrupción, no solo fue desconcertante, sino que sostenerlo, después de ser objetado por varios sectores de la ciudadanía, no puede evadir desacuerdos y señalamientos respecto a cómo, algunas, no queremos replicar formas de hacer política. Democratizar la justicia, sí; a través del poder ciudadano, no el político.
Estoy segura de que el mecanismo aprobado corre el riesgo de traer como consecuencias más problemas de los que dice resolver. Ya lo veremos. De cualquier manera, a estas alturas, debemos impulsar medidas de intervención, evaluación y escrutinio ciudadano ante post de las elecciones de las y los jueces, un tanto para romper con la nociva lógica bajo la que se concretó la reforma, es decir, mediante una pregunta cerrada que solo daba opción a respuestas dicotómicas sobre temas de complejidad: “reforma judicial sí o no”, sin matices.
Además, de manera indebida, se ligó la reforma judicial al refrendo por la continuidad de la 4T. Por supuesto, con total convicción votamos, abrazando, sin duda alguna, la idea que AMLO ha abanderado: el poder pertenece al pueblo.
En la actitud de radicalizar la idea anterior, muchas y muchos deseamos esta reforma, pero no sin discusión o con discusiones “al vapor” y sin la oportunidad de expresar desacuerdo con ciertos acentos sin ser tachadas de “hacerle el juego a la oposición”. Definitivamente, ese tipo de razonamientos y argumentaciones deben erradicarse de un movimiento transformador como el de la 4T, sobre todo, en el segundo piso de Claudia Sheinbaum como presidenta.
No estoy diciendo que esté en contra de estrategias de unidad política en momentos decisivos, pero éstas no deberían poner en riesgo los ideales fundamentales personales-colectivos, pues es allí donde germina la semilla del relativismo ético que lleva a la corrupción.
La explicación que dan las feministas negras sobre los dilemas que se presentan en el entrecruzamiento subjetivo-colectivo de las relaciones de poder en la lucha política nos puede servir a varias que nos encontramos en esta situación para afirmar que más que un defecto, ser una desviada interna (outsider inside) es una posición privilegiada y comprometida con la crítica, la cual es necesaria para fortalecer al movimiento.